💌 Carta 5: En busca de mi cerebro perdido
Sobre la inteligencia natural. Elogio online de la vida offline.
Italia, 30 de abril de 2025
Hola desde Biella:
Este es mi segundo borrador. Me está costando escribir esta carta porque sé de lo que quiero hablar y cuántas más ideas e información tengo, más complejo resulta organizarlas. Escribir es muy difícil. Cuando uno tiene el texto en la cabeza, la cosa parece funcionar, el problema es que ese texto todavía no existe en la realidad. El pensamiento fugaz de la mente no se corresponde en absoluto con un pensamiento concretado en forma escrita. Por eso la escritura es en sí misma una forma de pensamiento distinta e importante, una manera alternativa de pensar. De esto se trata también esta carta: de seguir escribiendo, leyendo y apostando por el pensamiento profundo. Sé que quizá todavía no entiendas de qué va, pero dame tiempo.
Fue un mes de muchos cambios, de desarmar y volver a armar pequeñas rutinas para ordenar mi vida y calmar mi mente. Perdí gran parte de mi trabajo a raíz del decreto que modifica la ley de ciudadanía italiana (ahora casi nadie necesita traducir sus papeles), dejé la carrera que estaba estudiando desde hacía poco más de un año, tuve que cancelar un viaje a último momento por alertas meteorológicas y rutas cerradas. Con este mar de fondo, sin embargo, lo que más me abrumó fue la tecnología —hice algunas actualizaciones en mi computadora, cambié el teléfono después de más de siete años— y eso me llevó a pensar con mucho detenimiento en el agobio que me generan las redes, la irrupción de la IA, el mundo online en general. Varias veces a lo largo de estas semanas me descubrí enojada diciendo cosas como: “no quiero enchufar/cargar ningún dispositivo más” o “estoy harta de configurar X”. Vengo lidiando con lo online desde hace años, pero cada vez que creo que estoy encontrándole la vuelta, los algoritmos se ponen más agresivos, la velocidad de los cambios se incrementa, a mi alrededor la gente parece más adaptada y yo me siento más sola.
No sé con precisión cuándo sucedió pero sí que mi primera señal de alarma fue darme cuenta de que leía menos libros. No era que me faltaran ganas ni tiempo. Por primera vez en mi vida me costaba concentrarme intensamente. Seguía leyendo, claro, pero menos tiempo seguido y con mayor esfuerzo. Mi mente tendía a saltar de una cosa a otra. ¿Cuánto hacía que no me sumergía durante tres o cuatro días en novelas largas, como Rojo y negro o Crimen y castigo? ¿Dónde había quedado el placer de devorarme un libro? Creo que fue entonces cuando apareció el hábito de empezar varios libros al mismo tiempo: uno de divulgación científica, otro de ensayos, una novela en español, otra en lengua extranjera. Algo había cambiado. Me di cuenta de que mi atención disminuía y, al principio, atribuí el fenómeno únicamente al teléfono móvil. Desactivé las notificaciones, limité su uso lo más que pude. Desde entonces, me negué a sumar más redes sociales o instalar nuevas aplicaciones (no tengo la menor idea de cómo funciona Telegram, jamás vi un video de TikTok) y empecé a llevar un libro a todas partes, como en los viejos tiempos. Mientras esperaba que me atendieran en el banco, leía. Mientras esperaba que mi médica clínica me atendiera, leía. Si tenía que esperar a una amiga en un bar, leía. No siempre fue fácil ni siempre funcionó —todos sabemos que el teléfono es adictivo— pero poco a poco empecé, sino a recuperarla del todo, a frenar el deterioro de mi atención. Al mismo tiempo veía, cada vez con mayor claridad, cómo a mi alrededor mucha gente cedía la suya. Pero hizo falta más tiempo para que me diera cuenta de que el problema no era únicamente el teléfono sino el hecho de estar conectada.
Hace algunas semanas, salí a tomar un café con una chica argentina que también vive acá en Biella. No recuerdo bien de qué estábamos hablando cuando me preguntó si yo usaba la inteligencia artificial. Enseguida le dije que sé que la herramienta de traducción que suelo utilizar funciona con IA y que la IA está por todas partes en nuestra vida cotidiana, pero que, en forma deliberada, por ahora, no la uso. La verdad es que todavía no se me ocurrió en qué puede ayudarme. Pero sentí curiosidad por el tema y entonces le pregunté a ella. Me respondió que para su trabajo usa Gemini, Copilot y no sé qué más. Es comunicadora y tiene que escribir contenido para sus clientes. La inteligencia artificial, me dijo, la ayuda a pensar cuando no se le ocurre nada, le escribe textos muy rápido, y ella después elige lo que más le gusta, combina, ajusta, retoca. Le pregunté si no le daba miedo delegar semejante tarea a una máquina, dejar de pensar por sí misma, dejar de lidiar con la enorme dificultad del proceso de escritura. Me contestó haciendo referencia a conceptos que entiendo perfectamente, como la velocidad, la eficiencia o una mayor productividad. La escuché con atención, aunque yo apuntaba a otra cosa. Para mí es evidente que todo esto no puede ser gratis.
Por suerte, y como suele suceder, durante este mes también encontré el libro que estaba necesitando, el que explica en términos científicos lo que yo intuía. Me refiero a Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, de Nicholas Carr, un libro que ya tiene varios años —se publicó en 2010—, algo que uno no puede dejar de ver mientras recorre sus páginas. ¿Qué diría hoy este señor?1 Lo que él se pregunta es si, mientras disfrutamos de las bondades de la red, no estaremos sacrificando nuestra capacidad para leer y pensar en profundidad. Entonces, mientras desarrolla sus argumentos, va haciendo un análisis de las consecuencias intelectuales y culturales de Internet. Está demostrado que nuestro cerebro cambia en respuesta a nuestras experiencias, por lo que la tecnología que usamos para encontrar, almacenar y compartir información puede alterar nuestros procesos neuronales. Carr sostiene que Internet nos está reconfigurando a su propia imagen, volviéndonos más hábiles para manejar y ojear superficialmente la información, pero con menos capacidad de concentración. Puede que ahora, en 2025, y dicho así, de modo tan escueto, estas ideas nos resulten obvias, pero es interesante entender hasta qué punto la vida online está cambiando nuestro cerebro y, sobre todo, cómo está ocurriendo. Especialmente porque muchos todavía creen que la tecnología es solo una herramienta, inerte hasta que la tomamos e inerte de nuevo cuando la soltamos. Lo que cuenta es cómo uno la usa, dicen. Sin embargo, como explicaba Marshall McLuhan2, a largo plazo, el contenido de un medio importa menos que el medio en sí mismo a la hora de influir en nuestros actos y pensamientos. En otras palabras, los medios no son solo canales de información: proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensamiento. Carr sostiene que hemos llegado, como había anticipado McLuhan, a un momento crucial en nuestra historia intelectual y cultural, una fase de transición entre dos formas muy diferentes de pensamiento. Lo que estamos entregando a cambio de las riquezas de Internet es “nuestro viejo proceso lineal de pensamiento”. Calmada, concentrada, sin distracciones, la mente lineal está siendo desplazada por una nueva clase de mente que quiere y necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados —cuanto más rápido, mejor—.
Dice Carr:
Esté online o no, mi mente espera ahora absorber información de la manera en la que la distribuye la Web: en un flujo veloz de partículas. En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática.
Y después:
Mi cerebro, comprendí, no estaba solo disperso. Estaba hambriento. Exigía ser alimentado de la manera en que lo alimentaba la Red, y cuanto más comía, más hambre tenía. Incluso cuando estaba alejado de mi ordenador, sentía ansias de mirar mi correo, hacer clic en vínculos, googlear.
¿Todos sabemos de qué está hablando, no? Podría incluir un montón de citas, porque muchos párrafos son reveladores, pero voy a dejar que, si te interesa, lo leas por tu cuenta.
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Suelo decir que extraño el mundo analógico, aunque veo, por supuesto, la gran contradicción que esto implica: en un mundo como ese, yo no podría llevar una vida nómade ni trabajar y estudiar a distancia. Tampoco podría escribir esto acá. Lo sé. Me digo que tengo que ser flexible y adaptarme a los cambios, a mi manera, a mi ritmo, pero cada vez son más las cosas que no me gustan y no sé de cuántas puedo escapar (me refiero a cuestiones que van mucho más allá de mí, como las consecuencias sociales, económicas o políticas de esta revolución digital). Sí sé que, mientras pueda conservar mi viejo cerebro, mi refugio seguirá intacto: la lectura de libros en papel y su consecuencia casi inevitable, la escritura. Es un lugar que jamás defrauda, es lo opuesto a las redes sociales. Siempre salís con energía renovada, con una mirada más intensa y aguda sobre el mundo y sobre tu propia vida, con fe en la humanidad. Por lo pronto, agradezco haber nacido y crecido en la era analógica. Leo letra impresa, especialmente por la mañana y por la noche, escribo a mano en mis diarios, mantengo el teléfono apagado durante al menos doce horas y cada día postergo todo lo que puedo el encendido de mi computadora. Y aunque nado contra la corriente y soy consciente de que hay cosas, muchas cosas, que no voy a poder cambiar (me resultaría imposible, por ejemplo, enviarles una carta manuscrita a cada uno de ustedes), intento cuidar mi atención, mi memoria, mi empatía, mi creatividad, mi lenguaje. Por ahora no quiero delegar en un chatbot mi propia capacidad de expresarme o de pensar en autonomía. Tampoco quiero incursionar en la ingeniería del prompt. Prefiero seguir cultivando mi inteligencia natural.
Espero no haberte aburrido. En mi próxima carta quizá retome el tema de los viajes y te cuente algo sobre algún lugar. Todavía no puedo saberlo. Sí sé que voy a escribir lo que sienta, que lo haré lo mejor que pueda y que lo voy a escribir yo.
Gracias por leer y hasta el mes que viene.
Julia

PD1: Hace un par de días alguien compartió este prompt: “Actúa como un excelente profesor de Literatura, revisa mi texto, dime cuáles son los puntos fuertes, dónde falta algo, cómo conectar mis ideas de mejor manera, en dónde tengo que explicar más a detalle, y si mi conclusión manda un mensaje coherente. Sugiéreme también cualquier otro tip que me pueda ayudar a tener un texto de mejor calidad”. Yo no lo probé, pero quizá vos quieras hacerlo. Después contame.
PD2: Este mes empecé un nuevo newsletter que sale jueves por medio. Se llama Los días y publico textos variados que no encajan en el formato carta. Este es el enlace.
PD3: Si tenés ganas, podés dejarme un comentario o responderme a este mail.
De hecho, cuando terminé de leerlo, me puse a investigar un poco más sobre su trabajo y descubrí que acaba de sacar uno nuevo: Superbloom. Yo ya lo compré.
En su libro Comprender los medios de comunicación: las extensiones del ser humano, publicado en 1964.
Puede ser q la invención de la escritura y, más tarde, la imprenta, hayan generado un impacto similar al que experimentas hoy con la IA. En lugar de cultivar la memoria, la improvisación y el intercambio característicos de la tradición oral, se fomentó un consumo de arte e información más individual y estático. Como resultado, algunas de esas habilidades se han debilitado. De manera similar, en el futuro podríamos notar una menor capacidad de concentración o una mayor avidez por consumir grandes cantidades de información. Sin embargo, así como hoy no consideramos estar peor que en la era previa a la escritura, es probable que en el futuro, con razón, valoremos estar mejor en un mundo donde la inteligencia artificial y otras tecnologías amplifican nuestra capacidad para crear y compartir.
Que agradable leerte y saber que somos más hablando de este tema. También escribí algo al respecto según mi propio análisis de la situación
https://open.substack.com/pub/gisedugand/p/nos-estan-arrebatando-la-humanidad?r=2t4izn&utm_medium=ios
Te lo comparto por si te apetece leerme♥️