💌 Carta 3: La primavera sabe que la espero en Biella
Un texto poco planificado sobre una decisión poco planificada. Mi reencuentro con las montañas, las vueltas de la vida.
Italia, 28 de febrero de 2025
Hola desde Biella:
Si las cartas llevaran epígrafe, el de esta podría ser: “Volver a casa, para mí, solo tendría sentido si después me marchara. Una vuelta a casa permanente sería una resignación. Yiyun Li1”. Sí, estoy de regreso en Biella. En este preciso momento estoy en la biblioteca pública, uno de mis lugares favoritos de la ciudad, adonde suelo venir a trabajar por las tardes. En general, me instalo en la sala de Historia, en el primer piso, porque hay mesas de madera, de esas que tienen por encima un vidrio grueso, tan lisito que es un placer apoyar todas tus cosas. Además, a través de los ventanales puedo ver los árboles del jardín de al lado, el que está justo debajo de la ciudad alta o casco histórico, junto al funicular. Los que venimos somos siempre más o menos los mismos, nos reconocemos en silencio. Hoy, sin embargo, como cada vez que vengo exclusivamente a escribir —y no a traducir o a trabajar en alguna otra cosa— elegí la sala de Literatura Italiana Contemporánea. Me inspira sentirme acompañada por Natalia Ginzburg, Pavese, Sciascia, Morante, Desiati. En esta sala hay una única mesa cuadrada, la que estoy ocupando, un silloncito rojo donde dejé mi mochila y mi campera, uno verde en el que me senté, una silla blanca (de repente me doy cuenta de que los colores de los asientos forman la bandera de Italia), un muchacho que está acomodando libros, varias estanterías cargadas. Afuera, por fin, brilla un sol que anuncia marzo. Los días anteriores fueron grises, fríos, brumosos; típicos del febrero piamontés. Los conozco bien y cuando tengo solo unos pocos por delante, no me deprimo. Además la luz ya va durando hasta las seis de la tarde.
En realidad vivo en Chiavazza, que es una fracción de la ciudad de Biella y queda del otro lado del puente que cruza el arroyo Cervo. Mi calle se llama via F. Rosazza pero no está claro si la “F” es de “Fratelli” o de “Federico”. No hay acuerdo entre los registros catastrales, lo que dice la escritura de mi casa, el Comune y Google Maps así que, cuando doy mi dirección, prefiero omitir esa inicial. Para ir al centro, tomo via Milano, dejo atrás el bar “Capriccio”, el tabacchi, el estacionamiento, la cafetería de Pasquale, y cruzo por la senda peatonal en dirección al puente. Camino varios metros por la vereda angosta y vuelvo a cruzar por otra senda peatonal para ir por la vereda ancha, donde pueden cruzarse dos personas sin molestarse y desde donde puedo ver bien el paisaje, que cambia cada día según la luz. Hoy las montañas están altas, nevadas, como más me gustan. A veces las veo inquietamente cerca, macizas, compactas, con contornos nítidos; a veces están más lejos, con un perfil suave y rosado de nubes; a veces desaparecen por completo en la bruma y el frío; blancas, apenas se distinguen del cielo. El Cervo está poco caudaloso. Me quedo mirando el agua que corre entre las piedras, veo un ave zancuda que no sé cómo se llama, ni en español ni en italiano. Leo el cartel colgado en la baranda: No kill. Señala que es una zona donde el pescador debe devolver al agua el pez capturado. Francamente no sé a quién se le ocurriría pescar desde un puente tan alto, de espaldas al tránsito; además, tampoco hay por dónde bajar a la orilla y jamás vi a nadie con una caña. ¡Cómo extraño las montañas cuando estoy lejos! Siempre pienso que viví demasiada vida en la llanura, que debería haber descubierto antes este paisaje.
Lo más lindo de Biella son, sin duda, los alrededores, los pueblos y parques de los Alpes Bielleses. Me gustaría ser capaz de describírtelos con precisión para que pudieras verlos, como si estuvieras acá, como si las palabras fueran esto. La ruta que sube a Rosazza y sigue a Piedicavallo, la sombra sobre el valle del Cervo, las casitas nevadas en invierno, los burros, las cabras, el esmeralda del arroyo en verano. La reserva natural Parco Burcina. Los abedules, los arces, los fresnos, los pinos silvestres. El Santuario di Oropa. El centro de esquí de Bielmonte. La Panoramica Zegna2, que une Trivero con el Valle Cervo. A propósito, un tramo especialmente lindo de esta ruta es la “Conca dei Rododendri”, una obra paisajística diseñada en los años cincuenta, donde cada primavera se puede ver la floración de miles de rododendros rojos, rosas, púrpuras, blancos. El espectáculo que ofrece la naturaleza es tan increíble que, en el 2017, en una encuesta online, este jardín de montaña ganó el título de “Fioritura più bella d’Italia”3.
Los tanos siempre me preguntan: Come mai Biella?4 Llegué —o llegamos, ya es hora de que presente a mi marido, Pablo, con quien vivo y viajo— de casualidad. La primera vez que oí el nombre de esta ciudad fue de boca de Laura, una amiga uruguaya que hice en Torino durante mis primeros meses en Italia, en pleno lockdown. La conocí en un curso de italiano y me contó que el año anterior había estado viviendo en Barcelona y que había llegado a Italia porque se le vencía su pasaporte bordó y tenía que renovarlo. Alguien le había mencionado Biella y entonces se había venido para acá. En el medio la había agarrado la pandemia y se había pasado unos cuantos meses encerrada sin mucho para hacer. Por eso, cuando la conocí —en Torino, como decía— se sentía más bien aliviada de haber dejado Biella y, aunque me dijo que era una ciudad linda, no me dio las mejores referencias. Algunos meses más tarde, cuando se levantaron las restricciones y recuperamos nuestra libertad de movernos y viajar, Pablo y yo vinimos un domingo de visita, a ver cómo era. Tomamos el tren en Porta Nuova, hicimos cambio en Santhià y llegamos por primera vez en nuestras vidas a la stazione Biella San Paolo. Era 8 de agosto de 2021. Faltaban todavía un año y veintitrés días para que nos mudáramos acá con planes de fijar residencia, tramitar la ciudadanía por matrimonio de Pablo, quedarnos un poco quietos después de una estadía en Catania, otra en la Toscana y un viaje en auto por Polonia, Alemania y Hungría. Faltaban todavía un año y un mes para que Pablo y yo descubriéramos que acá algunas propiedades tenían un valor ridículamente bajo y decidiéramos comprar una casa. Aquel domingo, sin embargo, cuando no éramos más que dos turistas recorriendo via Italia, visitando el Duomo, tomando un helado en “Gelatissimo”5, subiendo en funicular al Piazzo —el casco histórico de la ciudad—, esa tardecita de verano, digo, cuando caminábamos hacia la estación para pegar la vuelta a Torino, los dos coincidimos en que Biella era linda, como tantas ciudades italianas, pero no tenía nada de especial, estaba llena de viejos, no había gran cosa para hacer. En suma, nos dijimos que acá no viviríamos y Pablo incluso sintetizó: “Es un Rauch”6.
El asunto es que al año siguiente, después de vivir un poco acá y un poco allá y de movernos mucho, estábamos listos para iniciar el trámite de ciudadanía y para esto era necesario fijar residencia en un comune o municipio. Para fijar residencia hace falta un contrato regular de alquiler y para tener este tipo de contrato hace falta que alguien esté dispuesto a alquilarte, algo que no es sencillo cuando sos extranjero y no trabajás en el país. Para entonces, Laura, la amiga que te mencióne más arriba, se había mudado de nuevo a Biella (también por papeles) y tenía un contacto: Stefania, la propietaria del departamento en el que ella vivía, tenía otro libre en el mismo edificio y estaba dispuesta a alquilarnos sin recibo de sueldo ni garantías. “Mi fido di Laura”7, me dijo por teléfono. Vimos la oportunidad, la tomamos. La idea era hacer los trámites y seguir viaje.
Llegamos el 1º de septiembre de 2022 desde la Toscana, en un auto alquilado, con los asientos traseros ocupados por una valija grande, un bolso y dos bicicletas semidesarmadas. Terminaba el verano. Esa semana escribí mis primeras impresiones: Vi linda la ciudad, con calles de piedra y el sol sobre la fachada de las casas. El ritmo es lento y tranquilo, la gente se ve relajada; el tránsito es leve, ordenado. Hay silencio. Cada persona que conocíamos nos decía lo mismo: “Biella è morta”8. Parece que la ciudad, ligada desde siempre a la industria de la lana, tuvo un pasado esplendoroso que terminó a principios de los noventa: varias fábricas textiles cerraron, muchas empresas se fueron, la ciudad se despobló9, las casas se vaciaron. El 28 de septiembre, después de cenar, me puse a hojear la revistita Il Cerca Casa, una publicación quincenal del sector inmobiliario. Pasaba las páginas un poco rápido, con la atención puesta en alguna otra cosa, cuando vi la foto de un edificio amarillo de dos pisos, soleado, con postigos de madera color bordó y techo de tejas. Estaba en una calle que casualmente había visto días atrás, de camino al Decathlon de Chiavazza. La descripción decía: Via Rosazza. Alloggio al 2º piano: ingresso, cucina, soggiorno, camera e bagno. Possibilità arredamento. Ideale uso investimento. Termoautonomo. La mañana siguiente llamamos por teléfono a la inmobiliaria, coordinamos una visita. Era la segunda casa que visitábamos. Fue la definitiva. El 25 de noviembre firmamos la escritura. Todavía recuerdo la extrañeza que sentí al escuchar la lectura que hizo la escribana de ese documento escrito en italiano que nos ligaba de una forma más permanente a este país. ¿Dónde estaba nuestro nomadismo?
Si bien teníamos claro que no nos íbamos a quedar a vivir en Biella, que la compra era una inversión y la casa una base desde la cual movernos, yo estaba asustada porque sabía que este tipo de cosas llevan tiempo. Además, se venía el invierno. Un día escribí en mi cuaderno: Lo que más me gusta de estas ciudades chicas y de los pueblos son los bordes. Cerca de casa hay una curva y una bajada y por ahí te vas… Te vas de Biella al verde y a la montaña. Me gusta vivir cerca del borde, del final de la ciudad, pero adentro. Así no me ahogo. Siento que me puedo escapar cuando quiero y es el lugar que combina en igual medida la sensación con la que convivo todos los días en todas partes: quiero irme, quiero quedarme. Desde entonces, siempre viví Biella con la misma tensión. Si hago la cuenta, pasé acá exactamente doce meses, de forma interrumpida, yendo y viniendo. Nunca me quedé más de cuatro seguidos pero, por alguna razón, siempre estoy para despedir el invierno y esperar la primavera.
El final del cuento es que Pablo —por causas que harían larguísima esta carta— terminó tramitando su ciudadanía española y no la italiana. El lunes pasado fuimos a buscar su pasaporte al Consulado de España en Milán.
¿Vos también te mudaste a alguna ciudad por un motivo que nació de una forma y creció de otra?
Te escribo en marzo, un abrazo y gracias por estar del otro lado,
Julia
✦✧
PD1: Este mes empecé a publicar pequeñas traducciones literarias, tres o cuatro veces por semana. Elijo fragmentos breves de libros que leí o estoy leyendo. Están todas en Notes. Son solo ejercicios para mantenerme en forma.
PD2: ¿Te gustó esta carta y querés leer las anteriores? Este es el enlace al Archivo. Siempre podés dejarme un comentario o responderme por mail.
PD3: En esta última posdata, quiero recomendarte el libro Hotel Nómada, de Cees Nooteboom. Está lleno de reflexiones interesantes sobre el nomadismo; yo lo leí justo aquel septiembre de 2022, cuando empezaba a quedarme un poco quieta.
PD4: ¡Me olvidaba! La foto de arriba es de marzo de 2023. Todavía es pronto para que florezcan las magnolias.
Es de su novela Querida amiga desde mi vida te escribo a tu vida, con la que titulé mi carta anterior.
La Panoramica Zegna es una ruta de montaña proyectada hace ochenta años por Ermenegildo Zegna (el mismo que fundó la lujosa casa de moda). Fue el primer paso hacia la realización de un gran proyecto revolucionario de valorización del suelo y protección del medioambiente: el Oasis Zegna. Si te interesa el tema, podés consultar está página (la información está disponible en italiano y en inglés).
Floración más hermosa de Italia.
¿Por qué Biella?
Si por una de esas casualidades, venís a Biella, te recomiendo esta heladería; los helados son artesanales y están hechos con ingredientes de primera calidad. Ya que estamos, te recomiendo también “Alice” y mi preferida, “La Dolceria”. Esta última abre solo en primavera y verano pero el dueño es siciliano ¡y vende granitas!
Rauch, el pueblo en el que nació y creció Pablo, tiene alrededor de doce mil habitantes y está ubicado en el interior de la provincia de Buenos Aires, a 277 km de la capital argentina.
Confío en Laura.
Biella está muerta.
Biella perdió aproximadamente un tercio de los sesenta mil habitantes que tenía. En la actualidad, la crisis demográfica continúa profundizándose no solo en esta ciudad sino en todo el territorio biellese.
Hola Julia, hermosa carta, la sentí muy cercana. Viví en Torino algo así como dos años y esto que decís bien podría resumir mi tiempo en la ciudad: "Siempre pienso que viví demasiada vida en la llanura, que debería haber descubierto antes este paisaje." Mi casa estaba muy cerquita del Parco della Pellerina, tanto que casi era mi patio trasero. Los paseos que daba siguiendo el curso del Dora fueron de los mejores de mi vida. Gracias por traerme esa magia de vuelta.
Cada carta es un viaje a algún lugar o lugarcito nuevo.
¡Espero la de marzo!